lunes, 27 de agosto de 2012

Por la Bretaña y Normandía - 2

Seguimos con el resumen de mi viaje por tierras francesas.
El segundo día, el plan era ir por Bayeux a primera hora para luego ir hacia el emblemático Monte Saint-Michel. Sin embargo, al marchar de Caen, nos equivocamos de salida, y decidimos obviar Bayeux (que no era uno de los sitios que más nos interesaba) e ir directamente a Saint-Michel, que por ahí sí íbamos bien. La idea era llegar allí, ver si a esas horas se podían hacer algunas tomas, marchar a algún pueblo cercano, y volver de tarde para estar hasta la puesta de sol.
El viaje allí fue sencillo y esta vez sin pérdidas, cosa nada complicada pues hay claras indicaciones para llegar allí. Llegando temprano esperábamos no encontrar demasiada gente, pero nos coincidió en domingo y ya había una cantidad enorme de coches en los parkings.
El día, que amaneció nublado, pero parecía que estaba abriendo, había vuelto a encapotar, y en el camino desde el aparcamiento hasta el Monte tan pronto salía un poco de sol como caía alguna gotita, estando muy nublado casi siempre.
Tras dejar el coche avanzamos hacia allí.
Hay que decir, que por muchas fotos que hayas visto, nada puede igualar a contemplar este lugar. Espectacular es quedarse cortos. A mí me parece sacado de una novela de fantasía heroica. Y es que no en vano, es un monumento que atrae más visitantes incluso que la Torre Eiffel. No me explayo mucho más sobre el lugar, porque hay que vivirlo.

Un momento en que los rayos de sol pudieron bañar Saint-Michel.

Llegando al pie del monte, nos decidimos a rodearlo, pues la marea estaba baja y queríamos probar fotos desde el otro lado... y en ese momento comenzó a diluviarnos. Caían gotas como puños de grandes, así que decidimos dar la vuelta hacia el coche y aprovechar para comer (unos bocadillos, de manera bastante triste, cayendo algunas gotas sobre nosotros).
Contra todo pronóstico, el cielo empezó a aclarar y salir el sol. Era difícil saber si se mantendría, pues en los cambios que había habido durante el día de nublado a soleado, las nubes no habían llegado y marchado, sino que se formaban y desaparecían de la nada. Visto lo visto, pasamos de la idea de ir a otro sitio, y volvimos al Monte. Hay que decir, que el sistema de medir el tiempo del parking también ayudó, ya que era tan simple somo 3 € por menos de media hora y 7,50 € por más, con un máximo de 24 horas. Y no nos apetecía tener que pagar dos veces los 7,50 €.
Esta vez, nos dimos cuenta de que los autobuses que había dentro del complejo eran gratuitos y llegamos más rápido :-).
Como no sabíamos como se definiría la parte meteorológica, esta vez entramos en el Monte Saint-Michel en sí, antes de ir a intentar tomas. El interior, cuidado de manera asombrosa, está lleno de tiendas (de recuerdos y mucha espada, al estilo de Toledo) y restaurantes y cafeterías donde te cobran un ojo de la cara. Exceptuando la última parte superior, puede recorrerse todo de manera gratuita. Hay muchísima gente y con callejuelas muy estrechas, por lo que se hace algo agobiante, pero aún así es una experiencia que merece mucho lapena, y en plan friki, se podría decir que es como estar dentro de Minas Tirith.

En el interior de Saint-Michel.

Además, el tiempo había mejorado enormemente, dejando paso a un cielo azul con unas nubes preciosas, que si aguantaran hasta la puesta de sol podían darnos algo espectacular. El calor también aumentó, y había un bochorno de impresión, lo que nos hacía bastante ridículos cargando por unos paraguas que habíamos cogido del coche visto lo visto. Para rematar el interesante paseo, desde las murallas de Saint-Michel se nos habrían unas cuantas oportunidades de fotos.

 El islote de Tombelaine, con la marea baja, como la que teníamos en ese momento, se puede acceder a pie.

Una barca esperando a que la marea subiera para poder navegar de nuevo.

Visto que ahora el tiempo sí acompañaba, realizamos un nuevo intento de ir a la parte trasera de Saint-Michel. Aunque la marea estaba subiendo, aún teníamos espacio y tiempo de sobra para estar por allí sin que nos pillara. Es increíble la diferente percepción que se puede tener de un lugar dependiendo del clima. Lo que por la mañana con la lluvia nos pareció un lugar algo sucio y nada apetecible, por la tarde parecía casi idílico. Además, muy pocos de los turistas van a esta parte, por lo que la tranquilidad, las enormes dunas, el majestuoso monte y el agradable sol, se combinaron para crear unos momentos mágicos.

Una pobre medusa que se quedó atrapada por la marea baja sirvió para equilibrar la composición.
 
Desgraciadamente no tuvimos muchos de los reflejos que se pueden conseguir en el lugar, pues el momento es con la marea recién bajada, pero aún así aprovechamos lo que pudimos.

Tras la sesión de fotos, vuelta al parking para cenar (sí, más bocadillos) y descansar un poco. Hay que decir, que un dolor de cabeza que me había empezado en el interior del monte, probablemente por el calor, había crecido hasta convertirse en una muy molesta migraña, por lo que tuve que tumbarme en el coche y recuperarme lo mejor posible.
Cuando el sol ya empezaba a caer, nos dirigimos de nuevo a las proximidades del monte. Mi cabeza, y sobre todo mi estómago (quien no sufra de migrañas, posiblemente no sepa que cuando te dan fuerte, son capaces de revolverte del todo, dándote ganas de vomitar y de ir al váter), no estaban muy allá, y el pequeño trayecto en bus ya se convirtió en todo un ejercicio de control para no echar el bocadillo.
La marea ya había subido considerablemente, llegando a la zona de aparcamientos al lado de la isla (que cuando fuimos estaban de obras y no operativos) y rodeándola ya casi por completo, a excepción del paso que siempre queda.
Desgraciadamente, las nubes espectaculares de la tarde habían desaparecido, y con la marea alta no podíamos abrir un ángulo conde el sol se ocultara tras el monte.


Esta fue la única manera de incluir al sol en la toma.

El sol iba desapareciendo, y las luces del monte comenzaban a encenderse. Por experiencias pasadas, esperábamos que la gente empezara a desaparecer y solo quedáramos cuatro locos aficionados a la fotografía... craso error. Seguían llegando autobuses y autobuses con gente cuando ya era de noche. Especialmente notable, era la cantidad de japoneses que aparecieron a estas horas (muchos de los cuales parecían querer aparecer en nuestras fotos). Podían verse decenas de flashes de cámaras conpactas intentando "iluminar" Saint-Michel para sus tomas.
Afortunadamente, mi migraña había mejorado bastante, y tras unos momentos al principio donde agacharme a preparar la cámara me hacía tener ganas de vomitar, ahora estaba bastante controlada. Pude encontrar una especie de señal con una base de cemento de aproximadamente metro y medio de altura, donde me subí y al menos quité de plano a muchas de las siluetas que me estropeaban las tomas.

La toma desde la altura.

Lo cierto es que el Monte Saint-Michel iluminado de noche es tan sumamente espectacular, que cualquiera puede hacer un foto bonita de él. Podrá no ser la toma con mejor composición, técnica, etc... pero destila magia.

Ya regresando, aprovechamos para sacar unas tomas desde más lejos de la isla iluminada. A mí me recuerda bastante al logo de Disney.

Para acabar, el coche y vuelta al hotel.
La próxima será la última entrada de la serie, con la travesía de vuelta al ferry.

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